MUJER RURAL: PILAR PARA LA SEGURIDAD ALIMENTARIA E INCLUSIÓN SOCIAL
Por: Elmer Antonio Torrejón Pizarro
El Perú ha
sido bendecido con una rica variedad biológica, ecológica y cultural, y éstas
dominan nuestras áreas rurales del país. Las personas que habitan estas
regiones; sobre todo las mujeres, conviven
y hacen uso de estos recursos, y constituyen los entes activos que permiten beneficiarse de los mismos, para
mejorar la calidad de vida en los pueblos. Las mujeres rurales son las protagonistas activas del uso adecuado
y calculado de los recursos, y la preservación de las manifestaciones
culturales. Son ellas, las agentes encargadas de asegurar la reproducción
y la vida en los espacios rurales, y por tal labor necesitan del apoyo
mancomunado para salir de su precaria situación en la que se encuentran.
El rol
primordial que cumple la mujer rural en el mundo, reviste vital importancia
para el desarrollo sostenible de sus
familias, comunidades y países. Su arduo trabajo desde el campo, contribuye sobre
todo a la seguridad alimentaria y
desarrollo rural. Cuando nos referimos al tema de la mujer rural, tendemos
comúnmente asociarla con las actividades agrícolas, y por lo tanto, a ellas
conocerlas como “agricultoras”. Esta asociación es evidente en el mundo y el
Perú. Son las mujeres rurales, los
motores que mueven las actividades agrícolas, pecuarias y familiares en sus
pueblos, pero muy pocas veces este esfuerzo es reconocido y valorado; infravalorando, subestimando e
“invisibilzando” la labor que cumplen.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), las mujeres rurales producen más del 50% de los alimentos en el
mundo, y en América del Sur esta proporción varía entre el 30 y 40%; de esta
población, el 70% corresponde a mujeres rurales, cuya principal actividad es la agricultura. A pesar de ser “gestoras” de
los recursos agrícolas y ecológicos, su limitado acceso a los mismos y a los
procesos en la toma de decisiones, aumenta su vulnerabilidad y las posiciona
subordinadamente dentro de las estructuras sociales.
Éstas han asumido
diversas responsabilidades como cultivar, cosechar, cazar, pescar, cargar agua,
llevar leña a casa, preparar los alimentos, crianza de animales, asegurar la
reproducción, contribuyen económicamente, etc. Todas estas actividades permiten
que en la mesa familiar existan
alimentos, gracias al esfuerzo de las madres, esposas, hermanas e hijas de
las zonas rurales; pero lamentablemente, son ajenas a una educación adecuada, a
un trato digno, a una apropiada asistencia médica, al acceso a los servicios y
oportunidades que existen en las comunidades. Las mujeres siguen siendo la población más desfavorecida en el medio
rural, son el rostro de la pobreza.
La población
rural según el Censo 2007, asciende a 6 millones 601,869 habitantes, de los
cuales 3 millones 205,434 son mujeres. Es una tarea ardua de las instituciones potenciar sus capacidades productivas y
el acceso igualitario a los recursos, ya que ellas son garantía para tener
seguridad alimentaria, preservación del medio ambiente y gestión eficiente de
sus recursos, adecuada nutrición, uso apropiado del agua; por eso la
importancia de revalorar su trabajo y
capacitarlas en diversas materias de desarrollo local ya que poseen
conocimientos tradicionales y modernos para la conservación e innovación de los
recursos a nivel alimentario, artesanal, medicinal, agropecuario y ambiental. Cada
vez más las mujeres participan en las asambleas comunales, sin embargo todavía pocas de ellas emiten opinión, y menos
tienen derecho al voto en la solución de problemas comunales.
Según el
Censo 2007 (INEI), de cada 100 mujeres, 12 son adolescentes que habitan en las
áreas andinas, selváticas y poblaciones marginales de Lima. Muchas de ellas son
madres, con problemas económicos y nutricionales, concentrándose en las
regiones de la selva. La inasistencia y/o deserción a los centros educativos se
debe a la edad fértil, la nupcialidad temprana, el embarazo adolescente,
problemas económicos y resistencias culturales. Si tuvieran mejor educación mejorarían el valor
nutritivo de los alimentos.
La migración
del campo a la ciudad, que resulta eminentemente masculina, está conllevando a
que las mujeres rurales adopten otras
responsabilidades, muchas veces agravando su situación de pobreza debido a
que luchan por mantener a los hijos e hijas y se hacen cargo del cuidado de las
chacras y animales. Lo positivo de esta situación es que los
hogares son liderados por la mujeres y por ende refuerzan su posición como
agricultoras, productoras y partícipes activas en el desarrollo familiar y
comunal.
Actualmente
es necesario proteger en la mujer rural, sus derechos de propiedad intelectual del conocimiento, arte
y diseño indígena, y asegurar que sus comunidades indígenas sean insertadas en el mundo de la globalización
a través de la capacitación en exportación, acceso a los mercados, acceso a
programas de apoyo a la exportación; todo ello, sin explotar los conocimientos
tradicionales y modos de vida. Como mencionamos anteriormente, la mujer rural
es la principal “depositaria” de los conocimientos
tradicionales y autóctonos de nuestros pueblos andinos, amazónicos y
costeños.
La
mujer rural es el pilar para que la familia y comunidad cuenten diariamente con
los alimentos respectivos y aseguren
el bienestar de sus integrantes. Por eso desde el Estado y las organizaciones
privadas, tenemos que revalorar y
“visibilizar” el aporte de la mujer rural para el desarrollo local y
nacional dentro del marco de la inclusión social.
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