domingo, 9 de octubre de 2011

“SOBRE MAÍZ, PAPA, YUCA Y COSMOVISIONES”. ENTENDIENDO LA NUTRICIÓN DESDE LA INTERCULTURALIDAD EN NUESTRO PAÍS


Por: Elmer Antonio Torrejón Pizarro


Introducción

El rostro de la pobreza[1] en el Perú se materializa en la mala alimentación que tiene gran parte de nuestras sociedades rurales (ande y amazonía) y asentamientos humanos de la urbe. A pesar de los esfuerzos que se están haciendo por parte de entidades estatales y entes cooperantes, todavía se mantiene ese rasgo de la inseguridad alimentaria en nuestro país. Ante esta situación cabe preguntarnos entonces, ¿porque siendo nosotros un país rico en alimentos con altos contenidos de proteínas y carbohidratos y buenas prácticas alimentarias, vivimos todavía sumergidos en esta situación de pobreza? Bien sabemos el alto potencial que poseemos con nuestra cultura alimentaria: ¿porque no aprovechamos los recursos existentes para aliviar el hambre y la mala nutrición que nos aqueja?

Nuestro país en el marco del cumplimiento del Plan Nacional de Superación de la Pobreza, ha elaborado la Estrategia Nacional de Seguridad Alimentaria[2] (ENSA) con el fin de reducir los niveles de inseguridad alimentaria a nivel local, regional y nacional; especialmente en la poblaciones vulnerables (mujeres, niños, discapacitados y en comunidades campesinas y nativas). Pero muchas de estas estrategias programáticas, no conciben ciertos elementos básicos para tener éxito en sus procesos y acciones; y un punto clave, es entender las realidades sobre las cuales intervienen estos programas sociales.

Marco Teórico para una Nutrición Intercultural

La nutrición en nuestro país muchas veces ha sido concebida desde la perspectiva de un modelo convencional, desde la cual los modelos y paradigmas de alimentación, partían desde un ente centralizador, excluyente y discriminatorio; para nuestro caso, desde las ciudades como entes de la racionalidad occidental. Este accionar, ha conllevado a muchos errores como por ejemplo el desconocimiento del lugar donde se realizará la educación nutricional, ignorando su cultura alimentaria o considerándolo no adecuada para la buena nutrición. Es decir, políticas programáticas que desconocen las costumbres, comportamientos y el valor de los alimentos dentro de las relaciones sociales rurales.

En este tipo de educación nutricional, se tiene la idea preconcebida de que la población objetivo es “ignorante”, entendido esto como la causa principal de la malnutrición; es decir, se cuenta con un insuficiente análisis de las causas, lo que conlleva a una deficiente formulación de los objetivos de los programas y políticas alimentarias. Por lo tanto, propongo mediante esta pequeña reflexión, concebir una política programática nutricional basada en una Educación Nutricional Intercultural[3].

Esta Educación Nutricional Intercultural consiste en capacitar y asistir técnicamente a grupos sociales vulnerables mediante un esfuerzo colectivo educador, para observar en las realidades diferentes, los problemas y sus causas en torno a la mala alimentación e inseguridad alimentaria. El objetivo es construir políticas y programas nutricionales que se basen en una realidad social y étnica determinada, respetando la identidad y la cultura alimentaria autóctona, fortaleciendo las identidades y dando el valor agregado a las buenas prácticas alimentarias, tratando de resarcir las malas prácticas con una adecuada y aceptada inserción de prácticas alimentarias contemporáneas.

La nutrición en nuestro país muchas veces ha sido concebida desde la perspectiva de un modelo convencional, desde la cual los modelos y paradigmas de alimentación, partían desde un ente centralizador, excluyente y discriminatorio

Los programas alimentarios convencionales, en muchas ocasiones han insertado en sus grupos focalizados nuevos hábitos alimentarios, en ausencia total del conocimiento racional local o autóctono. Los medios de comunicación, la moda, el presupuesto familiar, han influido de sobremanera para que una persona adquiera un producto aunque no sea benéfico para su salud y aun contando con la información necesaria, no debe suponerse que el individuo modificará su conducta alimentaria.

Tradicionalmente la educación en nutrición no ha partido de las necesidades de aprendizaje de la población, sino de las visiones de los educadores y de los contenidos teóricos de la bibliografía que se revisa para la elaboración de programas educativos en nutrición para las comunidades.

Mucho de los puntos de esta política convencional nutricional como la pedagogía, la capacitación o el aprendizaje han sido utilizados de manera descendente, imponiendo el punto de vista del educador o capacitador, no interactuando muchas veces con los educandos, no preguntando sobre sus puntos de vista, siendo autoritarios y logrando que las comunidades rurales se vuelvan dependientes de la ayuda externa o del asistencialismo. Estos programas, muchas veces no apoyan a las comunidades para responsabilizarse de sus propios problemas de alimentación o nutrición.

Con mucha frecuencia los educadores o capacitadores en nutrición no toman en cuenta las culturas, hábitos, costumbres, experiencias de aprendizaje de las comunidades y tampoco a sus líderes naturales para realizar una comunicación social desde la propia cultura de las poblaciones, lo que genera procesos aculturizadores y dependencias alimentarias externas.

Este tipo de educación nutricional convencional se ha transformado muchas veces en un freno para el desarrollo social local, ya que existen situaciones en donde la educación en nutrición se integra a la serie de actividades presentadas como educativas, pero que son formas de manipulación política de las poblaciones a favor del poder establecido[4]. Por tanto, este tipo de educación llega a ser un modelo implícito de frenar los procesos sociales y aminorar la concientización que permitiría poner fin a las injusticias y exclusiones.